«La idea de vivir mi vida, de pasar de ellos, se convierte en obsesión; la rumio de noche, la sueño de día. Me habita a todas horas, sobre todo dentro de casa, cuando escucho sus banales conversaciones. Salir salir salir salir de ahí cuanto antes. Ojalá se ocupara de otras cosas, pienso, además de la casa o la iglesia. Prepara textos de la Biblia para la parroquia donde, al parecer, es un miembro activo, imprescindible para conducir al redil a jóvenes descarriados. Allí ella es otra. Un puntal de la vida religiosa del barrio, junto con mi padre. Pilares de la comunidad. Alguien a quien recurrir. Un refugio para náufragos. Una tabla donde agarrarse cuando acecha tormenta».
«Tiempo después, Kevin decide hacerse vegetariano. Es una filosofía de vida, me dice. ¿Cómo ha sido ese cambio repentino? Para no perjudicar a los animales, dice. Me quedo mirándolo. Pasan segundos, minutos, seguimos enfrente uno del otro. Su calva se pone roja. Sus cejas se hacen más negras y más espesas. Su barriga cervecera aumenta de diámetro. Al final lo confiesa. Se ha enrollado con la chica alemana que trabaja con él. A ella le viene de familia. Es como una religión. Me río por no llorar. Él se enfada. Le digo que yo también me he acostado con alguien, con uno de Sevilla que trabaja en un chiringuito de la playa y que toca canciones de Kurt Weil. Decidimos darnos un respiro. Mejor lo dejamos, digo con la boca pequeña».
«Desde los veinte años mi ilusión son las motos. Me acompaña Pablo, que ha comprado la suya en una tienda de segunda mano, de confianza. No comparo ni busco más. Me gusta la estética. La potencia. El precio. ¿Estás segura? Claro. ¿Dónde vas a ir? No sé. Ya lo veré. Ten cuidado. Es muy estable, pero corre mucho. Al sur, creo. Animada por mi amigo me la quedo».
«Doblo el cuerpo en las curvas, lo aplasto contra el depósito lleno, la máquina inclinada obliga a mi rodilla a rozar el suelo. El balanceo del peso a derecha e izquierda tiene su propia coreografía. La moto es ligera y fuerte a la vez. Suave y poderosa. El fresco de la mañana de noviembre se cuela por las rendijas del casco, lo noto, sobre todo a medida que cojo velocidad al entrar en la Nacional. Con las puntas de los dedos heladas, voy probando a echar gas a ver qué pasa. Mi cuerpo va de un lado al otro. Los potentes muelles de la suspensión me protegen de los desniveles y baches. Mi respiración encuentra el ritmo de la máquina. Nos acoplamos en un solo volumen metálico, frío y caliente. ¿Soy yo la que la complementa a ella o por el contrario es ella la que me complementa a mí?»
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